¿Por
qué las habilidades laborales son importantes hoy en día?
Porque
las empresas se han dado cuenta de que el conocimiento y la experiencia no
bastan para ser competitivos en el mercado laboral actual. Nadie puede dudar
sobre la importancia de las habilidades blandas en los profesionales de este
siglo. Hoy los ambientes laborales son
menos dictatoriales y más sociales o virtuosos. Así lo ha entendido nuestra universidad,
integrando en su currículum la formación de un conjunto de macro habilidades
laborales, relacionadas con la comunicación efectiva, el liderazgo, el trabajo
en equipo, y la resolución de problemas, que marcarán una ventaja competitiva y
comparativa en nuestros egresados. También existe consenso, entre los
empleadores, en que muchos profesionales demuestran brechas en sus habilidades
comunicativas, su capacidad para trabajar en equipo, y liderar personas. Otros
tienen dificultades en procesos de razonamiento cuantitativo, gestión de
proyectos, gestión del conocimiento y metacognición, entre otras capacidades
socioemocionales y de pensamiento superior, que son críticas para un desempeño
profesional exitoso.
Entonces, para conseguir y mantener un trabajo, no
necesitamos solo el tradicional repertorio de habilidades técnicas. Por el
contrario, en plena sociedad del conocimiento, la industria necesita
profesionales con actitudes positivas, siempre dispuestos a colaborar, que
sepan comunicarse, que sean capaces de resolver problemas, y que puedan ejercer
una posición y liderazgo en la organización, entre tantas otras capacidades
generativas.
En el plano educativo, ¿ganamos más de un docente que sólo nos transmite contenidos o de uno
que nos hace pensar e ir siempre más allá? Como lo veo, existe una gran
brecha entre las habilidades técnicas o duras
y las habilidades laborales o blandas.
Son estas últimas las que nos abren puertas. Nuestra ética, nuestra orientación
hacia el trabajo en equipo, nuestro entusiasmo, nuestra necesidad por
compartir, nuestra competencia comunicativa, nuestra inteligencia emocional, y
todo el conjunto de atributos que nos diferencia como personas y profesionales
son las llamadas “habilidades blandas”,
cruciales para el éxito laboral.
El problema está en que, al menos, en nuestro contexto,
estas habilidades se ven algo ausentes, tanto en ambientes educativos como
laborales. Sólo basta con pedirle a un compañero de trabajo que colabore con
nosotros, para darnos cuenta si efectivamente exhibe dichas capacidades; está
en proceso de integrarlas; o simplemente no le hacen sentido.
La brecha competencial
Cuando nuestra fuerza de trabajo tiene muchas habilidades
técnicas, pero no exhibe habilidades blandas, entonces, estamos frente a una
brecha competencial. Son las habilidades blandas las que acompañan y potencian
a las habilidades duras. Por ejemplo, si eres muy bueno en algo y no lo
compartes, si escasamente saludas, no socializas lo que haces, ni tampoco te
das el tiempo de aportar con ideas al equipo, entonces tienes un problema de
brecha competencial.
De hecho, si eres incapaz de capitalizar tus
conocimientos y experiencia con quienes trabajas, entonces debes autoevaluar tu
nivel comunicativo y tus habilidades interpersonales. El esquema de trabajo ha
cambiado. Hoy, la dinámica interpersonal no puede ser ignorada. Las acciones de
escuchar, presentar ideas, resolver problemas, y promover el aprendizaje
organizacional son clave para construir y mantener relacionas laborales
honestas y mutuamente beneficiosas.
Pero,
¿cómo las enseñamos?
Esta
es una interrogante que me ha tenido muy ocupado y motivado en el último tiempo. Soy un
convencido de que necesitamos trabajar desde un enfoque multi-perspectivista y
supra-disciplinar, que supone un cambio paradigmático profundo. Bien, aquí los
docentes universitarios tenemos un gran desafío, pues si bien estas habilidades
son transferibles, nos obligan a re-pensar nuestras experiencias de aula, es
decir, integrar el mundo real, formar desde la dimensión emocional y
experiencial, erradicar la clase frontal, producir cambios transformacionales
en nuestros estudiantes, y, en definitiva, atreverse a innovar. También nos exige salir de nuestros silos
disciplinares y re-evaluar nuestras concepciones sobre la enseñanza y el
aprendizaje, vale decir, necesitamos abrirnos al aprendizaje, re-aprendizaje, y
des-aprendizaje, y, adicionalmente, instalar en las organizaciones educativas
una cultura del trabajo en equipo, bajo un enfoque sistémico, y con una alta
cuota de reflexión.
En
síntesis, la clave parece ser integrar el concepto de “cambio”, que está instalado prácticamente en todas partes. Como
docentes universitarios, necesitamos renovarnos, aprender incansablemente, inventar
nuevas prácticas, crear una cultura de la reflexión, y mirar más allá de
nuestra frontera disciplinar, que es como, en parte, concibo el cambio
transformacional. Sinceramente, creo que solo el cambio nos permite satisfacer
los crecientes desafíos de la competencia global, de los nuevos mercados y las
necesidades socioeducativas de una generación de estudiantes cada vez más diversa, impaciente, osada, y
mucho más multimodal. Como dice el gran aventurero Karl, “Sin cambio, no hay aventura en la vida”.